La Ropa sucia se lava en casa

En el avión caí en la cuenta que era mi primer viaje fuera del país. Me pareció fascinante visitar la isla de Cuba. La única nación de izquierda radical de América Latina, que este año cumplió 50 años de revolución. Imaginar de donde viene la salsa, el son cubano, el cubalibre, el mojito, la expresión “caballero” con entonado acento, era más que un sueño en ese instante. Era una realidad.

Viajar a un país diferente era enfrentarse a una nueva cultura y nuevas costumbres en todos los sentidos. Además, llevas como viajero y turista las experiencias vividas en tu propio país y los diferentes imaginarios de las personas, que han ido o han oído de fuentes directas de cómo es Cuba. “Es un país muy pobre, tienes que llevarles ropa” me dijo mi madre antes de emprender la travesía.  Y como ella, muchos mantienen el imaginario que un país no capitalista, está sumido en la pobreza.

Y cuando aterriza el avión en La Habana y te piden llenar una encuesta para protegerse internamente de la gripa H1N1, entiendes que para el Estado sería difícil proveer del medicamento adecuado a todo el pueblo. Las cosas no son como las imaginas ni como te las describían. Es necesario vivirlo para tener tu propia percepción de la realidad. Ni las fotos ni las imágenes son suficientes.

En medio de la vivencia descubres que las personas viven con lo necesario, no para acumular sino para usar al máximo lo que tienen. El Estado les provee el estudio y los ubica en un trabajo u oficio. En este momento, tienen un problema habitacional, pero se suple lo básico (salud, educación, empleo, alimentación, vivienda). Los ojos capitalistas mirarían con poco agrado este estilo de vida. Donde todo es de todos y cada uno desarrolla un papel fundamental dentro de la sociedad. La riqueza es repartida “equitativamente”.

La dinámica de la ciudad de La Habana es especial y particular: Al pasear por las calles en medio de las grandes edificaciones coloniales, con aire europeo con sabor latino, se encuentran adornando el paisaje las ropas extendidas en las ventanas y los balcones. Algunos edificios están semidestruidos y consumidos por la sal, aún así, son el refugio y el hogar de los habaneros.

La salsa, el son cubano y la música caribeña son escuchados en cada esquina. Sólo las melodías de aquellos que decidieron ser parten de ese pueblo. Los otros, los que abandonaron sin ni siquiera despedirse, buscando nuevos rumbos y oportunidades, son desechados y menospreciados. Para los habitantes de la isla ellos ni siquiera merecen llamarse cubanos. “Traicionaron la patria” como dijo Ramón Ramírez*, un habitante de La Habana.

Cada país es libre de vivir como bien le parezca. Con sus propias políticas, costumbres, formas de vida y de desarrollo. La libertad, no es aquello que se impone, sino la capacidad que tiene cada ser humano de decidir en qué creer y a quien seguir. Lastimosamente, los que viven en Cuba no puede decidir a donde más ir.

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